Arrebato
Por Arturo Aguilar
Era una mañana fresca en la que el sol apenas se hacía sentir entre los pequeños espacios que dejaban las ramas con sus hojas verdes. El sonido del río se escuchaba como un animal reservado a la tierra, oculto pero presente en cada paso dado. Los pájaros carpinteros se escuchaban en todas direcciones, como si volarán tan deprisa de un árbol a otro.
El camino trazado por los viajeros terminaba con un árbol de gran envergadura marcado con una X en el centro de color marrón; descendí del caballo y me acerqué al árbol. Sin saber a ciencia cierta cuál era la razón de su existencia, pude observar a otros árboles que de igual manera estaban marcados con la X, así que seguí el rastro empuñando el revólver y guiando a mi caballo. El final del serpenteado camino estaba firmado con un árbol marchito; de fondo se podía observar un extenso espacio verde tildado con un gran roble tan verde y fuerte, que opacaba a la gran montaña con sus nubes blanquecinas, cavilantes como un depredador esperando que hacer con su víctima. A escasos metros del roble se encontraba el río cristalino que solo era la muestra de vida de aquella imagen pura y etérea.
Caminando lentamente, me fui acercando a aquel roble. Mirando en todas direcciones esperando la emboscada de algunos nativos, pero tranquilamente pude llegar al roble al cual instintivamente coloqué la palma de mi mano, impresionado por las vibraciones que viajaban sobre aquella corteza. Mi cabeza se inundó en una soledad abrasiva en medio de la nada, pensando en que nunca había cruzado tan cerca de las faldas de la montaña. El aire me puso la piel de gallina, cuando tocó levemente el dorso de mi mano y el fresco olor a pino me hizo sentir en casa. Sujeté al corcel a una de las prominentes ramas del roble y tome los hidrantes que colgaban del caballo que estaban casi vacíos.
Me incline sobre el río y me sorprendí al notarme en aquel reflejo un tanto más viejo. Mis días de bandolero habían quedado atrás con su barba prominente, ahora solo estaba aquel hombre afeitado de cabellos ralos con pequeños rastros de nieve. Dejé ambos hidrantes y tome agua con las dos manos para limpiarme el rostro, repetí la operación dos veces más y di un sorbo a aquella agua helada que tenía un sabor dulzón. Terminé de llenar los hidrantes y me recosté sobre el roble con mi sombrero sobre el rostro, mientras pensaba en llegar al siguiente pueblo para comprar provisiones para el viaje. El sonido del agua lentamente me fue arrullando hasta que se apagaron por completo las luces.
Ahí estaba yo recostado con la cabeza en el pecho, el caballo no aparecía en aquella imagen. El viento movía las hojas del roble y en cámara lenta descendiendo una serpiente gruesa de color olivo, pasó sobre mi espuela y se posó frente a mí sacando su lengua repetidamente, hasta que su mandíbula gesticuló unas palabras – Eres el elegido, mi querido amigo. Espero que aceptes tu encomienda gustosamente – al tiempo que tiró la mordida.
El relincho del corcel me despertó, el cielo estaba violeta y con ello los primeros vestigios del sol. Estiré las manos hacia arriba y con un bostezo me llevé las mismas a los ojos para tallarlos suavemente. Me incorporé y me dirigí al río que corría lentamente, me enjuagué el rostro y tome un poco de agua. Entonces escuché del otro lado del río – ¡Hey viajero, ¿qué te trae por aquí?! – Sin si quiera mirarlo desenfunde el revólver – Estoy de paso, solo me detuve a llenar los hidrantes – Aquél hombre levantó las manos –Tranquilo amigo, solo quiero saber si tu caballo está a la venta – Le miré. Era un hombre de edad avanzada andrajoso, armado con un morral que a lo lejos se veía lleno. Su cuerpo parecía exudar una sustancia volátil pues podía ver el gas que lo rodeaba – Lo siento, pero mi viaje aún es largo – El hombre sin dudarlo se quitó el morral y se lo lanzó – No se preocupe aquí hay suficiente y si cree que es necesario más, puede acompañarme a la cueva que se encuentra debajo de la cascada – Al tiempo que cayó el morral, una pepita de oro se asomó como una señal. Cuando levanté el morral para regresarlo, aquel hombre se desplomó convulsionándose frenéticamente, estaba decidido a cruzar el río. Pero el hombre detuvo el movimiento de golpe y el silencio parecía ensordecer. Tome una pepita y le lance el morral pensando en que alguien pudiera encontrarlo. El morral cayó en el estómago y estruendosamente se escuchó el choque de dos piedras, no le tome importancia.
Así que me dirigí al caballo, mientras lanzaba aquella pepita de oro al aíre. Se escuchó un grito gutural que más que un llamado de guerra era la muestra de que aquel lugar estaba encantado. El lugar parecía entender que estaba sucediendo: el viento se hizo presente, los pájaros carpinteros volaban dirección río abajo, el agua subía hacia la montaña y aquel hombre se levantó.
Desenfunde el revólver nuevamente y le tiré un disparo a la cabeza, pero no acerté. De un salto cruzo el río y justo cuando iniciaba la carrera el sol salió por el horizonte. Aquél hombre se petrifico al instante, ahora su cuerpo había perdido su color natural, para volverse opaco y sólido. Lentamente me acerqué y con cautela inspeccione al cuerpo, mirándolo de diferentes ángulos. Pude ver que la mitad del roble estaba marchito con un pigmento color chedrón y como si mandará señales a la nada se veían franjas fluctuantes que ascendían sobre el árbol para perderse en el cielo ahora nacarado.
Del otro lado del río, una sombra se apoderaba del lugar. Mire el horizonte pero las nubes continuaban en cámara lenta, el movimiento a propel me hizo girar en dirección al árbol marchito y esperando nuevamente la envestida de los nativos corrí al roble, desaté al caballo, saqué la escopeta y me resguarde sobre el corcel que comenzaba a ponerse nervioso. Para mi sorpresa el propel pasaba detrás de mí, una chica a todo galope se dirigía a la montaña seguida por los seres sólidos que entre fuerza y mala coordinación trataban de alcanzar a la chica.
Mirando cómo iba la persecución pude observar como mi caballo también iniciaba la carrera hacia la montaña, inexplicablemente giré el rostro al roble y vi a aquella serpiente que se acercaba a mí, era más grande que el sueño. El sonido ambiente de la naturaleza detuvo el tiempo, nuestras miradas se encontraron, para que después el reptil continuara su camino hacia el agua y yo me dirigiera a reunir las pocas cosas que aún se encontraban en el roble. Con la escopeta en la espalda, el revólver enfundado en el cinturón y con pasos cadenciosos al ritmo de los espuelas. Inicié el camino cuesta arriba.
Dubitativo por encontrarle algún sentido a lo que estaba sucediendo transcurrieron algunas horas, el camino libre se había terminado y ahora podían verse diferentes tipos arboles formados como soldados esperando la orden de ataque. La corriente del río aún era fuerte para intentar cruzar, pero de cualquier forma no estaba seguro en ninguna parte lo había aprendido de mala gana años atrás. Las nubes se juntaban y el viento soplaba cálidamente, en cualquier momento vendría la lluvia, apresuré el paso en la búsqueda de algún árbol que pudiera cumplir la misión. Ya que el internarse en el bosque no era la mejor idea.
Las pequeñas gotas comenzaron a caer, así que apresure el paso. Sin saber cuál árbol escuálido elegir del camino, un rayo en el cielo me ilumino. A lo lejos se encontraba una gran roca que precedía a una cabaña descuidada pero seguramente el pórtico aguantaría la lluvia. Así que sin pensarlo mucho al poco rato me encontraba ahí parado en el pórtico, observando la lluvia vi como el río trataba de desbordarse, subiendo intensamente; mientras que en el lado sombrío cada gota caída se iluminaba cual luciérnaga, el verde se encontraba por todos lados, en contraste al paisaje, una pequeña luz cálida a mis espaldas llamó mi atención.
Entré a la cabaña de frente se encontraba una tabla pandeada por la humedad en forma elíptica rodeada por cinco sillas. Detrás estaba la chimenea que mostraba debilidad por el viento que se colaba por la puerta. A la derecha frente a la ventana se encontraba una silla y a un costado una mecedora que rechinaba lastimosamente.
El viento cerró la puerta contigua, de la mecedora provino una voz rasposa – Adelante, pasa, puedes sentarte en donde gustes – Incrédulo avance dos pasos en dirección a la chimenea. La voz lastimada por la edad, era la de una mujer de edad avanzada que en su regazo tenía un cuervo que apaciblemente acicalaba – Vamos acérquese, le aseguro que nada es lo que usted y yo imaginamos o ¿Es qué usted ha matado a mi amado? – El silencio quemaba y corroía en mi interior, sin pensarlo contesté – El sol ha hecho su trabajo por si solo -. Aquella anciana, rompió el cuello del ave y después de una largo suspiro dijo – Entonces, es verdad lo que me ha dicho el cuervo con sus ojos – El trueno ilumino su reflejo en el cristal mostrando a la mujer con su rostro desencajado por las fauces, el sonido que retumbo en aquella cabaña me impulso a acercarme unos pasos más.
Ahora la mujer desprendía pluma por pluma al ave, cual margarita en el verano por una chica enamorada – Es una lástima se suponía que la chica y tú serían los invitados a esta cena y ahora solo queda… nada…. dudo mucho que puedas regresar por dónde has venido – La mujer giró lentamente la mecedora; era una chica bien parecida con el cabello cano, de los ojos brotaba sangre que le rodaba por las mejillas, sus manos denotaban su edad real, largas y delgadas con uñas curvas y fuertes. Suavemente con las garras en el rostro se dibujó una sonrisa alargada, me miró fijamente, movió un poco la cabeza hacía la izquierda y mostrando los dientes manchados por la sangre siseó – El tiempo no es real –.
La materia volátil brotaba de su cuerpo, la transformación estaba cerca, el corazón me latía fuertemente, el trueno en la ventana libero la adrenalina y sin pensarlo le puse una bala entre las cejas. La vibración del rayo se volvió a sentir ahora más intenso, al unísono el cuerpo de la mujer cayó pesadamente y la chimenea se apagó. Algo desde la espalda me golpeó pues me apagó las luces de un sopetón.
Hablará continuación ??!
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